Así será el mundo después de la Gran Reclusión

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MADRID.-Así será el mundo después de la Gran Reclusión Una película será todo lo buena que sea el villano que la protagoniza: Hitchcock nunca falla. “La codicia es buena”, decía a finales de los ochenta Gordon Gekko, esa especie de Norman Bates de Wall Street.

La exuberancia irracional de los mercados protagonizada por los Gekko del capitalismo canalla hinchó durante décadas una superburbuja que explotó con Lehman Brothers.

Gekko y sus correlatos políticos, encabezados por la revolución neocon de Reagan y Thatcher, estaban destinados a ser los villanos de nuestras vidas: las cicatrices de la Gran Recesión —una crisis en un siglo, nos decían los historiadores; un peliculón— siguen ahí.

Los pesimistas pensaban que las réplicas de ese terremoto llegarían en forma de crisis financieras (más Gekkos), políticas (más Trumps) o climáticas, en forma de terrible venganza de la naturaleza. Pero no. Un virus procedente de China se ha erigido como nuevo supervillano.

En unos meses ha contagiado a casi cuatro millones de personas y ha matado a 300.000, algo solo imaginable en ficciones postapocalípticas, en 190 países. Ha colapsado los sistemas de salud y ha obligado a adoptar medidas extremas de distanciamiento social que han metido a la economía global en hibernación; en un coma inducido del que no sabemos cómo vamos a despertar.

Escribir sobre el coronavirus es como respirar aire viciado. Como mascar cristales. Más allá de los datos, las sociedades llevan semanas temblando de miedo por una crisis que tiene carácter circular y estructura de pesadilla. La demanda global se hunde.

Las grandes economías caen a tasas de dos dígitos. El confinamiento ha destrozado los canales de producción, ha obligado a cerrar fronteras, ha provocado un repunte del proteccionismo. Ha llevado a la quiebra a miles de empresas y ha desatado una hecatombe en los mercados de trabajo; solo en EE UU ha destruido 33 millones de empleos desde marzo. El colapso de los mercados de materias primas es de dimensiones bíblicas.

Este último trimestre del diablo es ya la recesión más fulminante y profunda de la historia: la destrucción de riqueza y empleo en cuatro meses es equivalente a cuatro años de Gran Depresión.

Pero el virus ha provocado también una respuesta política sin precedentes: China empieza a recuperarse y las curvas de contagios ya no dibujan una hipérbole alocada como la del cuchillo de Bates en la ducha de Psicosis.

La crónica que sigue a continuación es un acopio de hechos y conjeturas sobre lo que viene, apoyada en el análisis de una decena de expertos de talla mundial. ¿Un resumen corto? Estamos apenas al final del comienzo de la crisis. Y vamos a ciegas: el filósofo Slavoj Zizek afirma que “no habrá ningún regreso a la normalidad”, pero el novelista Michel Houellebecq, por el contrario, dice que el mundo será “exactamente igual”.

Batalla de ideas. La respuesta política a una crisis de este calibre tiene tres fases. Una: whatever it takes, barra libre de gasto mientras dure el confinamiento para frenar los contagios y asegurarse de que seguirá habiendo algo parecido a una economía cuando pase lo peor. Eso se traduce en más deuda pública, en socialización de pérdidas, pero para eso está el Estado y para eso están los bancos centrales, para cuando todo lo demás se cae.

 La segunda fase está a punto de llegar: se aprobarán estímulos millonarios para reanimar una economía mortecina, pero más afinados (sobre los sectores clave y los más necesitados) para no hacer trizas la sostenibilidad de la deuda. Eso requiere un cierto gradualismo —ir cerrando el grifo a medida que se estabiliza la situación—, y de buena mano con el bisturí: hay que acabar con la hibernación en el momento justo, para que no muera más tejido empresarial del imprescindible; pero no conviene precipitarse porque eso provocaría un rebrote del virus.

La última fase es la de las malas noticias: en algún momento, cuando haya algo parecido a la normalidad, los Gobiernos deberán dar señales de contención; tendrán que ajustarse el cinturón. Queda mucho para eso si no sucede nada raro.

Lo más complicado es acertar con los tiempos. “Para salir del confinamiento hay que hacer test masivos y rastrear los contagios: solo así se impide un rebrote fatal para la economía. Pero lo fundamental es no precipitarse en la retirada de los estímulos.

Europa metió la pata una década atrás por el empacho de ideología y la falta de mecanismos de solidaridad. Repetir el error sería catastrófico”, dice Barry Eichengreen, de Berkeley. “La UE va a tener que encontrar mecanismos de mutualización. Si no ha podido hacerlo con miles de muertos sobre la mesa, podemos estar ante otra década perdida o ante un incierto futuro del euro”, sostiene Ken Rogoff, de Harvard.

El historiador Harold James apunta que lo que se haga con esa montaña de deuda “marcará la vida de dos generaciones”. Y el exministro griego Yanis Varoufakis lo ve negro: “Lo único que hace Europa es dar créditos a los países más estresados. Eso es no haber aprendido nada. Me aterra pensar que en cualquier momento de 2021 la reencarnación de la troika volverá a Madrid o Roma imponiendo austeridad por mandato de Berlín”. La lucha por imponer la narrativa ha empezado: el reparto de las cargas de esta crisis dependerá de esa batalla de ideas. Así será el mundo después de la Gran Reclusión

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