Memoria y escritura

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Para un escritor, si el lenguaje es su reto más significativo, su materia prima, la memoria no será repositorio, sino surtidor; no pantano, sino río de agua viva; no la fijeza de un paisaje, sino la imagen de un camino en constante movimiento.

Para un creador, la memoria no ha de ser depósito, reservorio de sustancias del pasado. Por el contrario, el artífice de la lengua hace de la memoria una fuente de la que emanan situaciones, personajes, experiencias presentes o futuras, cuyo simbólico poder de evocación se transforma en puente, eslabón que une el hoy con el ayer, el recuerdo con la imaginación.

En su nuevo libro titulado “Memoria esquiva” (Santuario, 2021) el narrador, crítico y ensayista José Alcántara Almánzar (1946), dueño de una vasta obra que ha merecido reconocimientos como el Premio Anual de Cuentos por “Las máscaras de la seducción” (1984) y “La carne estremecida” (1990), el Premio a la Excelencia Periodista J. Arturo Pellerano Alfau como Crítico (1996), la Medalla al Mérito “Virgilio Díaz Grullón” (2008) y el Premio Nacional de Literatura (2009), entre otros, nos reitera su dominio del cuento, en la primera parte del volumen y del ensayo, en la segunda, evidenciándose nuevamente, sin ninguna pretensión frente al lector, como un maestro de ambas formas de expresión literaria, en las que, en este caso, la brevedad y el testimonio adquieren un particular acento.

Además de otros libros de cuentos memorables como los tempranos “Callejón sin salida” (1975) y “Testimonios y profanaciones” (1978 y 2012), cabría mencionar algunos títulos de la obra investigativa y ensayística de Alcántara Almánzar, que son referentes ineludibles, como “Narrativa y sociedad en Hispanoamérica” (1984), “Los escritores dominicanos y la cultura” (1990), “Antología mayor de la literatura dominicana. Siglos XIX y XX.

Poesía y Prosa” (en colaboración con Manuel Rueda, 2000), “El lector apasionado. Ensayos sobre literatura” (2010), “Palabras andariegas. Escritos sobre literatura y arte” (2011) y más recientemente, “Reflejos del siglo XX dominicano” (2017) e “Hijos del silencio. Ensayos” (2018).

La escritura es, ciertamente, un misterio insondable, la tarea imaginaria de descifrar enigmas jamás comprensibles.

El oficio “provee las destrezas y habilidades, mientras que la lengua constituye el instrumento privilegiado de que se sirve un escritor para realizar sus creaciones” (p.107), nos confiesa el autor, que reconoce como maestros del cuento a Quiroga, Chejov, Maupassant, Joyce, Balzac, Borges, Kafka, Arreola, Carpentier, Fuentes, Cabrera Infante, Murakami, Bosch y Díaz Grullón, entre otros con los que ha forjado su singular estilo y conformado su selecta biblioteca de sentidos, su profunda sensibilidad humanística y sus gustos estéticos, filtrados de una forma u otra en la trama de sus ficciones.

En la brevedad de los relatos de este volumen Alcántara Almánzar coloca al lector ante su dominio exquisito en la caracterización de personajes, especialmente femeninos, dueños de una particular reciedumbre psicológica.

La intensidad narrativa y el tempo breve apuntan no solo a la destreza del escritor frente a los recursos técnicos del arte de narrar, sino además a su clara conciencia de que el instante y la simultaneidad son propios del accionar misterioso de la memoria.

El ritmo de su prosa limpia, iluminada, rayana en el realismo desnudo, se inscribe en la expectativa del lector de estos tiempos hipermodernos y globales, en los que lo efímero, lo diluido, lo fugaz marcan la frágil duración de los acontecimientos.

El narrador omnisciente asume la plasticidad del lenguaje cinematográfico, logrando recrear tiempos históricos de represión y oprobio, personajes reales y ficticios, contextos culturales y contrastes socioeconómicos urbanos que más que elementos constantes en nuestro autor, componen la urdimbre, la nervadura de una dilatada conciencia del oficio de crear. Enhorabuena, imprescindible escritor.

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