Esta fiesta que tiene sus orígenes antes de la llegada del cristianismo, ha pasado de ser una celebración con diversos motivos y alcances en regiones específicas del mundo, a convertirse en una festividad celebrada en todos los continentes, salvo en aquellas naciones de religiones ajenas a la cristiandad.
Más allá de los villancicos, de las luces y colores, de los regalos y las vacaciones de cierre del año, esta época es propicia para la reflexión puesto que no podemos soslayar que la Navidad constituye una celebración litúrgica y solemne que, junto a la Semana Santa y al Pentecostés, es celebrada cada año por millones de fieles de todas las nacionalidades.
En la actualidad ha sido ampliamente difundida la idea de que la Navidad en realidad no es una festividad cristiana, sino el resultado de celebraciones ancestrales que giraban en torno al solsticio de invierno y los cambios en el clima que afectaban a las sociedades agrícolas.
Se cuenta que San Bonifacio, durante su labor evangelizadora en el siglo VIII, en la actual Alemania, plantó un árbol de pino como símbolo del amor de Dios y lo adornó con manzanas (representación de las tentaciones) y velas (representando a Jesús como la luz del mundo).
Por su parte, los romanos desde el siglo III a.C. celebraban, entre el 17 y el 23 de diciembre, las llamadas Saturnales, en honor a Saturno, deidad de la agricultura. En estos siete días de fiesta se intercambiaban obsequios, se organizaban cenas y reuniones y se liberaba temporalmente a los esclavos.
Partiendo de esta base, hay que considerar que en los primeros siglos de la expansión del cristianismo, los cristianos no celebraban la Navidad, siendo una de las primeras fuentes que datan la adopción de la fecha la encontramos en Sexto Julio Africano, alrededor del año 221.
El 25 de diciembre como fecha de la Natividad se incorporó al calendario romano a partir del año 336, en los últimos meses del emperador Constantino, a quien hay que recordar como el que legalizó el cristianismo como religión, terminando con la persecución de los cristianos a través del Edicto de Milán de 313, y posteriormente y convocó al Concilio de Nicea del año 325.
Cuenta la historia que para el año 350 el papa Julio I estableció el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre.