WASHINGTON.- Trump agita el tablero mundial al ordenar asesinato de general Soleimani. El cálculo y la contención han caracterizado la larga rivalidad entre Estados Unidos e Irán, con agresiones más o menos encubiertas o vía intermediarios, evitando un ataque directo e inequívoco contra civiles o militares que desencadenara un conflicto bélico abierto en la región. Esa tradición saltó por los aires con un misil lanzado desde un dron MQ-9 Reaper la madrugada del viernes junto al aeropuerto de Bagdad.
Con la orden de disparar ese misil, el presidente Donald Trump no solo eliminaba a un enemigo de Estados Unidos, el temido y poderoso general iraní Qasem Soleimani, sino que renunciaba a uno de los que han sido los pilares de su política exterior: el compromiso de sacar al país de las “guerras eternas” en Oriente Próximo. De momento, el Pentágono ha anunciado el envío de un refuerzo de 3.500 efectivos a una zona de la que prometió traer a casa a sus soldados. Las ondas sísmicas del quirúrgico ataque sacuden un tablero mundial que tres años de Administración Trump poco han hecho por estabilizar.
Al contrario que Osama bin Laden o Abubaker al Bagdadi, líderes de Al Qaeda y del Estado Islámico ejecutados por Estados Unidos en el pasado, el comandante de la fuerza de élite Al Quds de la Guardia Revolucionaria iraní, unidad a cargo de las operaciones en el exterior, no era un objetivo demasiado difícil. Su paradero era conocido, se movía a la luz del día, no evitaba los focos. Los dos anteriores presidentes tuvieron encima de la mesa la opción de eliminarlo, pero se resistieron por temor a entrar en una guerra.
Por eso sorprende que el que decidiera pasar a la acción haya sido precisamente Donald Trump, quien menos ha ocultado su reticencia a enredarse en Oriente Próximo. Conviene recordar que, a diferencia también de Bin Laden o Al Bagdadi, terroristas que no respondían ante ningún Gobierno, Soleimani era un alto oficial de un Estado, y no uno cualquiera: una especie de mando de operaciones especiales más jefe de inteligencia más ministro de Exteriores de facto, de talla casi heroica en Irán. Por eso eliminarlo prácticamente obliga a Teherán a contraatacar con fuerza.